Al despertar de mi eterna vigilia al costado de aquella cuna de madera, me vi envuelto en lo que de ahora en adelante podría llamar el resto de mi pesadilla. El cielo se encontraba de un purpura enfermizo como el mal golpe en un ojo de un vagabundo ebrio. Ya no se sentía el suave y refrescante aroma de las mañanas, solo se olía el humo y la ceniza de lo que alguna vez estuvo rebosante de vida… ya siquiera se veían moscas que entraran por mi ventana.

Estaba arto, estaba cansado, la espera ha sido excesiva… no conozco a nadie que la merezca, pero aun estamos aquí, los que aun “vivimos”, sufriendo por pecados no nombrados y secretos que hemos ocultado tanto que hemos dejado de recordar.

Baje por las escaleras, me parecieron eternas. Llegue al desolado salón de la plata baja de mi edificio y salía a la calle por la enrumbada puerta de entrada, vi como el resto que aun se encontraban con vida se miraban atónitos por la coincidencia de estar todos fuera de sus refugios solitarios en aquel único momento. Nos miramos llenos me miedo, pero sin decir palabra por lo extenuados que estábamos… miramos al cielo al unísono y un tercio cayó muerto ante un destello de fuego en sus frentes…

…lo comprendí… caí rendido sobre mis rodillas y derrame las pocas lagrimas que me quedaban, quemaban mis mejillas por la amargura… lo comprendí… si los conozco, siempre los he conocido… somos nosotros, aquellos que merecemos esta maldita purga… somos aquellos, los que aun “vivimos”.